Resaca
A brió los ojos. Un dolor punzante le hizo tener que cerrarlos otra vez de inmediato. Parecía que el mismo Hipócrates le estuviese trepanando el cráneo perforándolo sin piedad. Volvió a abrirlos lentamente. La escasa luz que entraba por las rendijas de la persiana la cegaba como si la alumbrasen con un foco en una sala de interrogatorios. “Puta resaca. No vuelvo a beber en la vida”, masculló para sí. Si algo se le daba bien era autoengañarse. Se había hecho esa misma promesa cientos de veces. Se incorporó lenta y silenciosamente. No quería despertar a aquel bulto que roncaba a su lado. Ahora sólo tenía que encontrar todas sus pertenencias entre aquel caos de habitación. Encontró su ropa interior hecha un ovillo junto a una de las patas de la cama, se la puso y siguió recogiendo el resto de prendas que estaban esparcidas por el suelo de ese nido de sexo sin amor como si siguiera el camino de baldosas amarillas hacía casa, llegando hasta los zapatos y el bolso que estaban tirados junt