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Mostrando entradas de mayo, 2015

A ti

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No quiero hacerme vieja y arrepentirme. Pensar en lo tonta que fui por dejar pasar esta o aquella oportunidad, por no hacer lo que realmente me apetecía. No quiero pasarme la vida escudándome tras una falsa dignidad, levantando la barbilla, pero bajando la mirada, para que no me hagan daño, para no arriesgar, para no perderme. Quiero perderme y encontrarme mil veces, que me encuentren o dejarme encontrar. Estoy harta de contenerme, de restringir mis palabras o mis actos, de autocensurarme. Se me pasa la vida y tengo muchas papeletas de sufrir cáncer o, lo que es peor, alzhéimer. No quiero perder el tiempo, si no es porque lo quiero perder. Pero ¿cómo se aprovecha la vida? No tengo ni idea, pero voy a intentarlo. A la mierda la cabezonería y el orgullo. Si voy a convertirme en una abuela enferma y olvidadiza, al menos, que tenga una sonrisa de oreja a oreja cada vez que consiga recordar pedacitos de mí. Recordar cuando me metías mano mientras conducías y sonreír. Recordar las di

Tentetiesos

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Algunos somos tentetiesos. Nos empujan o tropezamos nosotros mismos, pero jamás tocamos el suelo. No nos lo permitimos, no nos permitimos un descanso. Aguantamos poniendo a prueba nuestra resistencia, notando como nos tiemblan las piernas y durante un rato nos quedamos balanceándonos de un lado para otro desorientados. Sólo que, esta vez, el balanceo está durando demasiado. Siento que, avance en la dirección que avance, la voy a cagar o empeorar, así que me quedo clavada en el suelo mientras mi mente se siente como ese borracho que llega a su casa, se tumba en la cama e intenta no vomitar mientras la habitación no deja de darle vueltas. Y sorbo lágrimas porque ni siquiera puedo permitirme llorar, porque si empiezo no sé si seré capaz de parar. Así que respiro profundamente hasta casi ahogarme y encierro todo ese dolor en algún rincón de mis entrañas. Pero se acumula, se empeña en salir y cada vez me cuesta más esfuerzo mantenerlo bajo control. Sonrío de nariz para abajo e intent

Encantado de conocerte

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Era libre. Bajó los escalones de dos en dos a pesar de llevar tacones. ¡Malditos tacones! Necesitaba salir de allí. Era viernes y necesitaba tomarse unas cervezas, fumar y reír con sus amigos. Ya estarían todos esperándola, era la última en salir del trabajo. Miró su móvil mientras recorría el hall que le separaba de la libertad. Nada, no le había contestado. Quizá se había precipitado al proponer que se vieran, pero estaba cansada de esperar. Ya le había puesto cara. Soltó un gran suspiro de alivio al ver su foto. Era muy atractivo, pero se había temido lo peor. Habían hablado de todo y de nada. Tenía la sensación de conocerle y, sin embargo, apenas sabía nada de su vida. Sólo sabía que se levantaba pensando en él y que se acostaba deseando que fuera a su lado. Cada vez que su móvil vibraba sentía un pinchazo de nervios en el estómago pensando que era él y un escalofrío recorría su espalda cuando comprobaba que lo era. Cómo sentimos físicamente aquello que nos afecta sentimentalmen

Camaleón.

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Podríais arrancarme el corazón, no importa, ya no lo gasto. Entre unos y otros han conseguido que se convierta en una piedra roja. Entonces, ¿por qué me duele como si lo estuvieran cortando a cachitos con un bisturí? Porque me miento a mí misma. Mi corazón ha aprendido del camaleón, a parecer piedra, incluso hielo, sin serlo. Y me autoengaño diciéndome que no me van a joder, que no pueden, que soy de hierro. Ahora tengo a mi yo blandengue llorando desconsolada en un rincón mientras mi yo fuerte está partiéndose el culo de ella y llamándola estúpida mientras la señala con el dedo. No hay nada como dártelas de lista para que la vida te dé una lección. No aprendo, y lo que es peor, no quiero aprender. Sé lo que va a pasar, que me volverá a pasar. Volveré a caer, me volverán a abrir como una lata de conservas y dejaré que lo hagan. Me resistiré un poco al principio, porque me picarán las cicatrices de heridas pasadas, pero tirarán de mí y, al final, seré yo la que se lance dando un salt

Los valerosos cobardes.

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¿Quién dijo miedo? Yo, lo digo yo. Estar acojonada me da derecho a decirlo. Estoy aterrada, lo admito. ¿Y qué? Los valientes no son aquellos que no tienen miedo a nada, son los que se enfrentan a aquello que temen, los que luchan contra todo su ser que le grita que salgan corriendo, y no lo hacen. Se quedan clavados en el suelo esperando que les arroyen o, con dos cojones, dan un paso al frente para salirle al encuentro. Yo soy valiente. Tan valiente como cobarde porque, no seamos hipócritas, nadie lucha todas sus guerras. Eliges batallas según lo intrépido que te sientas en ese momento, y según el coste que suponga perderlas. Pero las lucho, joder, y tengo mis cicatrices para demostrarlo. Lo que realmente me aterra es que llegue el día en que sienta que no merece la pena luchar por algo, el día en que me conforme con todo y con todos. Quizá los inconformistas seamos menos felices, pero prefiero no conformarme con ese tipo de felicidad. Tal vez sea cierto eso de que la ignoranci