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Mostrando entradas de julio, 2015

Ni contigo y sin mí

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Relato por  @Xe_lis El verano, ese verano, el verano en el que nos atrevimos. En el que decidimos dar el paso. El verano en el que empezó el principio del fin. Tú tan frágil y yo tan torpe. Tú tan de noche y yo tan de día. Tú tan demonio y yo... y yo te quería. Fue duro y más dura la despedida, fue intenso y más intensa la herida. Ese verano, el verano de los “te amo”, el verano de los “te extraño”, de los “ojalá aquí conmigo”, el verano que dio paso a nuestro mayor castigo. Llegó el invierno y con él tu ausencia, llegó la lluvia y con ella mi decadencia. Llegó diciembre y dolió. Ya sabíamos que iba a doler. Remonta, sé fuerte, sé dura; me dije. ¿Y ahora qué? Ahora grito, suplico, te busco, rebusco entre mis entrañas. Me curo la herida, me sangra la vida. Y sigo perdida. Me inunda el vacío, la nostalgia, las ganas de gritar tu nombre. Tu olor, tu risa, tu música. Me inundan los recuerdos, los suspiros, me inundan la

El club de la lucha de los niños

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Recordar la primera vez que te peleaste por algo de niño, la primera vez que quisiste defender algo, que pensaste tener la razón. Recordar cómo quisiste demostrar que tú podías más a base de hostias siendo adolescente. Ése es el espíritu que se nos ha olvidado hundidos en el sofá de casa, y sin poder dormir porque nos acosa la vida adulta. Deberíamos tener en la memoria el sabor de la sangre en los labios cuando nos partieron la cara por primera vez y como, aún así, nos levantábamos con rabia a por más, cada vez que alguna situación de lo más cotidiana nos hunde. No olvidar los ojos morados y esa sonrisa tonta de orgullo al pensar “Él seguro que lo tiene peor” cuando al despertar nos vemos feos por una simple ojera y corremos a demandar atención como sea y que nos suban el ego. Cómo fardábamos de cicatrices con los otros amigos sólo porque “Si tú saltas ese montículo con el skate, yo no voy a ser menos” y, ahora, se nos cae el alma a los pies cuando nos queda una cicatri

No poder o deber no es lo mismo que querer

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Deseamos lo que no tenemos. Y yo no te tengo, y te quiero. Quien dice quiero, dice ansío. Porque, a veces, la vida nos pone algo apetecible delante sólo para jodernos cuando nos damos cuenta de que es inalcanzable. Nos lo deja a la vista para que lo deseemos día tras día, dejándonos incluso rozarlo con la punta de los dedos, pero a la prudencial distancia que nos impide hacerlo nuestro. Y, seamos sinceros, aquello que nos apetece se convierte en irresistible cuando se nos dice que no podemos tenerlo. Nos morimos por tocarlo, por pisar ese césped con el cartel de prohibido. Nos quedamos en el borde de la valla con las puntas de los pies rozando el verde y húmedo césped, mordiéndonos el labio frustrados hasta hacernos sangre por no poder notar la fresca sensación de pisarlo con los pies descalzos. Pero seguimos ahí, torturándonos, cruzando los dedos pidiendo que quiten el cartel o que, simplemente, miren hacia otro lado mientras nosotros corremos, damos volteretas y nos revolcamos por

Tampoco vamos a hacernos los necesarios.

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Asusta no necesitar a nadie. Debería ser liberador, pero no lo es. Acojona. ¿Y si no soy capaz de sentir por nadie algo lo suficientemente profundo como para sentir que le necesito, que no puedo vivir sin tenerle? Sufro al perder, no os equivoquéis, como todos. Me he cruzado con personas que se han ido, haciendo más o menos ruido, hiriendo más o menos, dejando más o menos huella. Unas han dolido tanto que creía que no podría volver a respirar con normalidad, que han dejado un pequeño rincón vacío en mi interior que soy incapaz de llenar, como una habitación abandonada llena de recuerdos que cierras a cal y canto, y cuya llave tiras al lago más profundo que conoces. Otras apenas han sido un rasguño que el tiempo ha curado sin dejar cicatriz. Sea como fuera, sólo he tenido que sacudirme el polvo después de la caída y seguir mi camino. No les necesitaba, miro a mi alrededor y no necesito. Tal vez, la verdadera soledad sea lo único que te haga necesitar. Incluso apreciar algo del pasado